lunes, 19 de marzo de 2018

Nuevas inquisiciones

De: https://elpais.com/elpais/2018/03/16/opinion/1521215265_029385.html?id_externo_rsoc=FB_CC

MARIO VARGAS LLOSA

18 MAR 2018 - 00:00 CET

El feminismo es hoy el más resuelto enemigo de la literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades


Nuevas inquisiciones

Trato de ser optimista recordando a diario, como quería Popper, que, pese a todo lo que anda mal, la humanidad no ha estado nunca mejor que ahora. Pero confieso que cada día me resulta más difícil. Si fuera disidente ruso y crítico de Putin viviría muerto de miedo de entrar a un restaurante o a una heladería a tomar el veneno que allí me esperaba. Como peruano (y español) el sobresalto no es menor con un mandatario en Estados Unidos como Trump, irresponsable y tercermundista, que en cualquier momento podría desatar con sus descabellados desplantes una guerra nuclear que extinga a buena parte de los bípedos de este planeta.

Pero lo que me tiene más desmoralizado últimamente es la sospecha de que, al paso que van las cosas, no es imposible que la literatura, lo que mejor me ha defendido en esta vida contra el pesimismo, pudiera desaparecer. Ella ha tenido siempre enemigos. La religión fue, en el pasado, el más decidido a liquidarla estableciendo censuras severísimas y levantando hogueras para quemar a los escribidores y editores que desafiaban la moral y la ortodoxia. Luego fueron los sistemas totalitarios, el comunismo y el fascismo, los que mantuvieron viva aquella siniestra tradición. Y también lo han sido las democracias, por razones morales y legales, las que prohibían libros, pero en ellas era posible resistir, pelear en los tribunales, y poco a poco se ha ido ganando aquella guerra —eso creíamos—, convenciendo a jueces y gobernantes que, si un país quiere tener una literatura —y, en última instancia, una cultura— realmente creativa, de alto nivel, tiene que tolerar en el campo de las ideas y las formas, disidencias, disonancias y excesos de toda índole.

Ahora el más resuelto enemigo de la literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades, es el feminismo. No todas las feministas, desde luego, pero sí las más radicales, y tras ellas, amplios sectores que, paralizados por el temor de ser considerados reaccionarios, ultras y falócratas, apoyan abiertamente esta ofensiva antiliteraria y anticultural. Por eso casi nadie se ha atrevido a protestar aquí en España contra el “decálogo feminista” de sindicalistas que pide eliminar en las clases escolares a autores tan rabiosamente machistas como Pablo Neruda, Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte. Las razones que esgrimen son tan buenistas y arcangélicas como los manifiestos que firmaban contra Vargas Vila las señoras del novecientos pidiendo que prohibieran sus “libros pornográficos” y como el análisis que hizo en las páginas de este periódico, no hace mucho, la escritora Laura Freixas, de la Lolita de Nabokov, explicando que el protagonista era un pedófilo incestuoso violador de una niña que, para colmo, era hija de su esposa. (Olvidó decir que era, también, una de las mejores novelas del siglo veinte).

Yo no le hubiera dado la mano a Céline, pero he leído con deslumbramiento dos de sus novelas

Naturalmente que, con ese tipo de aproximación a una obra literaria, no hay novela de la literatura occidental que se libre de la incineración. Santuario, por ejemplo, en la que el degenerado Popeye desvirga a la cándida Temple con una mazorca de maíz ¿no hubiera debido ser prohibida y William Faulkner, su autor, enviado a un calabozo de por vida? Recuerdo, a propósito, que la directora de La Joven Guardia, la editorial rusa que publicó en Moscú mi primera novela con cuarenta páginas cortadas, me aclaró que, si no se hubieran suprimido aquellas escenas, “los jóvenes esposos rusos sentirían tanta vergüenza después de leerlas que no podrían mirarse a la cara”. Cuando yo le pregunté cómo podía saber eso, con la mirada piadosa que inspiran los tontos, me tranquilizó asegurándome que todos los asesores editoriales de La Joven Guardia eran doctorados en literatura.

En Francia, la editorial Gallimard había anunciado que publicaría en un volumen los ensayos de Louis Ferdinand Céline, quien fue un colaborador entusiasta de los nazis durante los años de la ocupación y era un antisemita enloquecido. Yo no le hubiera dado jamás la mano a ese personaje, pero confieso que he leído con deslumbramiento dos de sus novelas —Voyage au bout de la nuit y Mort à Crédit— que, creo, son dos obras maestras absolutas, sin duda las mejores de la literatura francesa después de las de Proust. Las protestas contra la idea de que se publicaran los panfletos de Céline llevaron a Gallimard a enterrar el proyecto.

Quienes quieren juzgar la literatura —y creo que esto vale en general para todas las artes— desde un punto de vista ideológico, religioso y moral se verán siempre en aprietos. Y, una de dos, o aceptan que este quehacer ha estado, está y estará siempre en conflicto con lo que es tolerable y deseable desde aquellas perspectivas, y por lo tanto lo someten a controles y censuras que pura y simplemente acabarán con la literatura, o se resignan a concederle aquel derecho de ciudad que podría significar algo parecido a abrir las jaulas de los zoológicos y dejar que las calles se llenen de fieras y alimañas.

Los libros "adecentados" dejarían sin vía de escape esos fondos malditos que llevamos dentro

Esto lo explicó muy bien Georges Bataille en varios ensayos, pero, sobre todo, en un libro bello e inquietante: La literatura y el mal. En él sostenía, influido por Freud, que todo aquello que debe ser reprimido para hacer posible la sociedad —los instintos destructivos, “el mal”— desaparece sólo en la superficie de la vida, no detrás ni debajo de ella, y que, desde allí, puja para salir a la superficie y reintegrarse a la existencia. ¿De qué manera lo consigue? A través de un intermediario: la literatura. Ella es el vehículo mediante el cual todo aquel fondo torcido y retorcido de lo humano vuelve a la vida y nos permite comprenderla de manera más profunda, y también, en cierto modo, vivirla en su plenitud, recobrando todo aquello que hemos tenido que eliminar para que la sociedad no sea un manicomio ni una hecatombe permanente, como debió serlo en la prehistoria de los ancestros, cuando todavía lo humano estaba en ciernes.

Gracias a esa libertad de que ha gozado en ciertos períodos y en ciertas sociedades, existe la gran literatura, dice Bataille, y ella no es moral ni inmoral, sino genuina, subversiva, incontrolable, o postiza y convencional, mejor dicho muerta. Quienes creen que la literatura se puede “adecentar”, sometiéndola a unos cánones que la vuelvan respetuosa de las convenciones reinantes, se equivocan garrafalmente: “eso” que resultaría, una literatura sin vida y sin misterio, con camisa de fuerza, dejaría sin vía de escape aquellos fondos malditos que llevamos dentro y estos encontrarían entonces otras formas de reintegrarse a la vida. ¿Con qué consecuencias? El de esos infiernos donde “el mal” se manifiesta no en los libros sino en la vida misma, a través de persecuciones y barbaries políticas, religiosas y sociales. De donde resulta que gracias a los incendios y ferocidades de los libros, la vida es menos truculenta y terrible, más sosegada, y en ella conviven los humanos con menos traumas y con más libertad. Quienes se empeñan en que la literatura se vuelva inofensiva, trabajan en verdad por volver la vida invivible, un territorio donde, según Bataille, los demonios terminarían exterminando a los ángeles. ¿Eso queremos?

Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2017.
© Mario Vargas Llosa, 2018.

El derecho a decidir de la mujer no puede estar por encima de la vida humana

De: https://www.lanacion.com.ar/2118012-el-derecho-a-decidir-de-la-mujer-no-puede-estar-por-encima-de-la-vida-humana

¿Por qué la vida humana inocente debería ser siempre defendida, bajo cualquier circunstancia y en cualquier momento de su desarrollo? Porque si en algún momento existe una posible excusa para decidir sobre ella, entonces siempre tendremos excusas para arrogarnos un enorme poder.

La defensa de la vida -principal derecho humano-, y en especial de los más débiles, requiere fundamentos muy sólidos y no sujetos a discusión. Si no se la defiende desde la gestación, todos terminaremos sometidos a un tribunal que podrá decidir la eliminación de cualquier inocente, solo porque es "conveniente" en una determinada circunstancia o porque aún no está desarrollado. Esto de hecho ha ocurrido, y no estamos hablando del Medioevo, sino del siglo pasado.

¿Quién establece si hay un ser humano en el primer día de la gestación, desde el sexto mes o solo luego de nacer? No parece que haya una diferencia sustancial entre una vida humana en el tercer mes, en el sexto, o después del parto. ¿Qué le agrega el hecho de salir del vientre? ¿No es acaso el mismo ser humano, con la misma identidad única e irrepetible, aunque todavía no esté plenamente desarrollado?

Desde la genética podemos afirmar que el óvulo recién fecundado tiene la misma secuencia de ADN que tendrá ese ser humano adulto, que a su vez no es la misma que tiene la madre. Esto ya no se discute. El embrión tiene un ADN y sus secuencias -aún con posibles variaciones- se mantendrán al nacer y durante toda su vida. La finalidad del genoma del embrión es alcanzar el desarrollo del individuo adulto.

De hecho, el análisis genético de cada embrión permite conocer mucho sobre el futuro de la persona, aun sus posibles enfermedades. Por eso se habla tanto de la revolución del "genoma humano", ya que la ciencia puede leer la totalidad de la secuencia genética que un sujeto porta en su ADN mucho antes de su nacimiento. ¿Por qué los diagnósticos prenatales son cada vez más certeros? Porque el embrión contiene realmente esa información, más allá de que ese individuo todavía no haya desarrollado completamente todas sus potencialidades.

El embrión no es entonces un órgano de la madre. Aunque dependa de la madre para alimentarse, es biológicamente un ser distinto de sus padres, singular y único, que lucha por crecer, con una vida tan respetable e inviolable como la de cualquiera de nosotros y con una secuencia de ADN que conservará durante toda su vida, con diverso desarrollo.

Pero lo que es una "persona" humana no es algo que puedan responder las ciencias empíricas, porque avanzarían más allá de su objeto propio. Es una delicada discusión filosófica. Para algunos, "persona" es simplemente el individuo humano. Para otros, solo puede serlo el individuo plenamente desarrollado o consciente. Estos últimos defienden el aborto, ya que, aunque se trate de vida humana y ese ser tenga la misma secuencia de ADN del adulto que será, sin embargo todavía no está desarrollado. Por lo tanto, concluyen, no se trata de una persona humana y puede ser eliminado.

¿Qué problema se plantea cuando se da prioridad al "desarrollo" del individuo? El no respetar la vida del embrión solo porque no está plenamente desarrollado, sentaría sutilmente las bases para una doctrina peligrosa. Es el antihumanismo que solo piensa la realidad desde el punto de vista del desarrollo o no desarrollo, y por lo tanto otorga plenos poderes a los más fuertes. Provoca temor pensar en ciertas teorías que invitan a eliminar a los más débiles, justamente por no estar plenamente "desarrollados", o por no ser plenamente conscientes o plenamente productivos. ¿Son menos persona humana por eso? ¿Tienen menos valor los discapacitados? En países con aborto legal, como España, casi el 90% de los niños con síndrome de Down son abortados luego de la realización de estudios prenatales. En Islandia esa cifra alcanza casi el 100%.

Entonces, ¿somos los "desarrollados" los que decidimos quién es humano y quién no, quién tiene o no tiene derecho a la vida? El derecho a la autogestión de la madre no puede ser superior al de la vida humana inocente, porque eso sería un modo más de consagrar el derecho absoluto de los más fuertes y establecería un principio social simbólico que, en la práctica, terminaría justificando diversas agresiones a los derechos humanos.

El embrión, justamente porque no puede argumentar, solo tiene la fuerza de su existencia. Determinadas concepciones filosóficas ponen en duda que sea un ser humano, pero ninguna de ellas puede demostrar contundentemente que no lo sea. La sola sospecha de que un embrión es un ser humano bastaría para que deba ser defendido. Estamos hablando de algo demasiado sagrado como para destruirlo. En cuanto a derechos humanos, es mejor cubrir de más antes que caer en el riesgo de dejar desamparado a cualquier miembro de nuestra sociedad.

Se dice que los senadores, por ser más "conservadores", podrían estar mayoritariamente en contra del aborto. ¿Era conservadora la madre Teresa de Calcuta? ¿Es conservador el presidente uruguayo Tabaré Vázquez, que vetó una ley de aborto? En este tema, donde estamos pensando en los derechos del más indigente e indefenso, quizás tengamos que reformular desde otros parámetros el paradigma "progresista-conservador".

Las organizaciones de derechos humanos y la Justicia, que siempre protegieron a los más frágiles, pueden entender lo que estamos planteando. En todo caso, las preguntas que conviene proponer son las siguientes: ¿podremos defender con tanta radicalidad los derechos humanos que no se los neguemos tampoco a los más pequeños, frágiles y menos desarrollados? ¿Podrá ser tan inclusiva nuestra defensa del valor del ser humano, hasta el punto que no dejemos resquicios para que algunos sean dejados fuera?

Recordemos que "los pueblos se diferencian según la actitud que asuman frente a sus ciudadanos más débiles". Y no ignoremos que en las cumbres mundiales se suele presionar a los países pobres para que avancen en la legalización del aborto. Sabemos que este interés no es filantrópico. Necesitan que en los países dependientes haya menos gente, para preservar los recursos no renovables del planeta y sostener su altísimo nivel de consumo.

Se dice que en estos países "desarrollados" hay aborto legal y eso previene muertes maternas. Sin embargo, conviene ser cautos y no sacar conclusiones parciales. Veamos un ejemplo. Un país europeo como Irlanda, en donde el aborto está prohibido, tiene una tasa de mortalidad materna del 1 por 100.000, mientras que en Estados Unidos -con aborto legal- es del 26,5 por 100.000 ¿Dónde está la diferencia? En un mejor sistema público de salud, con menor gasto y mejores indicadores sanitarios. ¿No podremos diferenciarnos con una legislación realmente superadora, que alcance los parámetros de Irlanda, en lugar de copiar recetas fáciles y rápidas que necesitan relativizar el valor de la vida humana?

sábado, 10 de marzo de 2018

Mujeres - Jack Kerouac

Brindemos por las locas, por las inadaptadas
por las rebeldes, por las alborotadoras,
por las que no encajan,
por las que ven las cosas de una manera diferente.
No les gustan las reglas y no respetan el status-quo.
Las puedes citar, no estar de acuerdo con ellas,
glorificarlas o vilipendiarlas.
Pero lo que no puedes hacer es ignorarlas.
Porque cambian las cosas.
Empujan adelante la raza humana.
Mientras algunos las vean como locas,
nosotras vemos el genio.
Porque las mujeres que se creen tan locas
como para pensar que pueden cambiar el mundo son las que lo hacen.


“Here’s to the crazy ones. The misfits. The rebels. The trouble-makers. The round heads in the square holes. The ones who see things differently. They’re not fond of rules and they have no respect for the status-quo. You can quote them, disagree with them, glorify, or vilify them. But the only thing you can’t do is ignore them. Because they change things. They push the human race forward. And while some may see them as the crazy ones, we see genius. Because the people who are crazy enough to think they can change the world are the ones who do.”

La imagen puede contener: 5 personas, personas en el escenario

jueves, 8 de marzo de 2018

La verdadera historia sobre Favaloro y el aborto

De: https://www.lagaceta.com.ar/nota/657656/opinion/verdadera-historia-sobre-favaloro-aborto.html

Pido disculpas, otra vez, por escribir esta crónica en primera persona, pero soy partícipe necesario de la historia.

El sábado 7 de junio de 1997 entrevisté en un hotel de Las Termas de Río Hondo al doctor René Favaloro. Tuve el privilegio, o la desgracia, de que mi reportaje fuera el último que le hiciera LA GACETA. El inventor del bypass murió el 29 de julio de 2000.

Mis órdenes eran cubrir una charla que Favaloro iba a dar en una sala del hotel Los Pinos, para alumnos termenses del secundario.

Antes de viajar, fui al archivo del diario y leí todo lo que había sobre este médico, tan reconocido en el mundo, y al que yo conocía sólo por los diarios y la televisión.

No estaba asustado, estaba entusiasmado, ansioso. En el archivo me enteré, por ejemplo, que había sido miembro de la Conadep, la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas. Y que daba a menudo charlas gratuitas en ciudades y pueblos del interior.

Eso me impactó bastante y lo pensé mientras viajaba. Un hombre al que invitaban de las mejores universidades del mundo a dar conferencias, a cambio de miles de dólares, viáticos y lindos hoteles, elegía conversar gratis con adolescentes santiagueños. Todo un gesto que describía la verdadera esencia de Favaloro.

La sala del hotel, que era (o es) como un teatro, con escenario, estaba desbordada de estudiantes con delantal y algunos docentes mezclados.

Favaloro entró al escenario también con un delantal blanco y un micrófono en la mano. Su delantal era el de un cardiocirujano, pero ese día pensé que lo igualaba con el guardapolvo que tenían los chicos. Quizás fue una casualidad, tal vez no.

Habló apenas un par de minutos sobre quién era y qué estaba haciendo ahí. Quedaba claro que era un hombre que no sentía la necesidad de presentarse ni de legitimarse con sus títulos. Que no perdía el tiempo en los lugares donde estaba; esa fue mi sensación.

Yo esperaba escuchar una charla como la de un papá a sus hijos, o de un abuelo a sus nietos, y pensaba que me iba a costar mucho enviar una nota al diario con un título importante. Y me equivoqué.

Abordó a los chicos por los temas que a ellos les importaban, pero con información real, sin edulcorantes ni eufemismos, directo al corazón. El fútbol, el sexo, la noche, la eutanasia, la droga, el aborto. Pero el eje de su disertación, y de la conversación a solas que mantuvimos después, fue siempre el mismo, en todos los temas: “la hipocresía que nos gobierna”, tal como repitió varias veces. Se lo notaba enfadado, furioso con la sociedad. Y tres años después sabríamos, drásticamente, cuán enojado y desilusionado estaba con este mundo.

Comenzó diciendo, por ejemplo, que millones de dólares se lavaban en el fútbol. Y que gran parte de ese dinero provenía del narcotráfico. Hoy parece obvio y hasta ingenuo, pero hace casi dos décadas pocos hablaban de esto con tanta franqueza.

Dijo cosas tan fuertes, desde el punto de vista periodístico, que cuando terminó de hablar me acerqué, me presenté, y le pregunté si podíamos conversar. Me respondió “mirá muchacho, yo ahora sólo pienso en tomarme un whisky, si me querés acompañar, encantado”. Y así partimos hacia el bar del hotel, donde charlamos durante más de una hora, en la que Favaloro bebió tres medidas de escocés importado y yo dos. Invitó él, o el hotel, no lo sé, pero no me dejó pagar.

Yo no había llevado grabador. En esa época los grabadores se usaban excepcionalmente, para entrevistas policiales, judiciales o políticas; para el resto con un anotador alcanzaba; no era como ahora, que se graba y se filma todo. Y para una charla de un médico con alumnos no creí necesario usar grabador, que además conlleva la muy tediosa desgrabación, que mucho padecen los periodistas.

Al día siguiente, el domingo 8 de junio de 1997, LA GACETA le dedicó una página completa a mi entrevista, con un encabezado que decía “Un hombre sin vueltas”, además de ser el título principal de la tapa: “Dinero de la droga se lava en el fútbol”. Fue la primera vez que apareció mi firma en la portada del diario.

Mi editora en ese momento, y puedo contarlo ahora porque ya no vive, suprimió varios párrafos importantes del material que yo había enviado, justamente por lo que conté antes: no estaba grabado. Era tan polémico lo que afirmaba Favaloro, principalmente sobre el aborto y las drogas, que ella tuvo miedo de que se produjera un escándalo y que yo, un incipiente y anónimo cronista, no tuviera una cinta para respaldar esos dichos. Lo hizo para cuidar al diario, pero también para cuidarme, y me consta que así fue.

La prueba está en que hace unos años, a propósito del debate que se estaba produciendo en el Congreso uruguayo por la despenalización del aborto, que finalmente se aprobó, divulgué en Twitter algunas definiciones de Favaloro sobre el aborto, unas publicadas en el diario ese 8 de junio, y otras no, pero que yo recordaba y recuerdo con mucha claridad. Además, como hice siempre con todos los anotadores, conservé el de esa entrevista durante muchos años.

Inmediatamente se desató un escándalo en todo el país, tal como había temido mi editora, hace 18 años.

“Los ricos defienden el aborto ilegal para mantenerlo en secreto y no pasar vergüenza. Estoy harto de que se nos mueran chicas pobres para que las ricas aborten en secreto. Se nos mueren nenas en las villas y en los sanatorios hacen fortunas sacándoles del vientre la vergüenza a las que tienen plata. Con el divorcio decían que era el fin de la familia y sólo fue el fin de la vergüenza para los separados ilegales. Con el aborto legal no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas. El resto es educar, no legislar”.

También dijo: “el aborto es un acto criminal, sin lugar a dudas. Pero también estoy en contra de la hipocresía. La hipocresía es esa nenita de clase media a quien, cuando se embaraza, su papito la lleva al médico y esa misma noche esa nenita ya está bailando en un boliche de nuevo. Muchos señores a quienes vemos por ahí hablando con toda naturalidad sobre lo malo que es el aborto son unos hipócritas porque saben que, en la realidad, las cosas suceden de otra manera. No hay que tenerle miedo a la educación sexual y a hablar de sexo con los chicos. Es muy necesario e importante. Hay que hablar de frente sobre este tema para que el embarazo no deseado no sea una sorpresa. Hasta la misma Iglesia ya está cambiando en esta época y está procesando de otra forma el problema del aborto”.

De estas citas, que son sólo un fragmento de todo lo que dijo ese día sobre aborto y sexualidad, se publicó casi todo en el diario, excepto la primera parte, donde dice que los ricos defienden la ilegalidad para mantener al aborto en secreto.

En ese momento las declaraciones de Favaloro no levantaron tanta polvareda, quizás porque era un mundo mucho más analógico, no existía la interactividad de la gente con la información, ni las redes sociales, WhatsApp, etcétera. De hecho, esta entrevista puede verse sólo en el archivo del diario, porque aún no está digitalizada.

Favaloro estaba absolutamente en contra del aborto, pero más detestaba la hipocresía. Lo mismo pensaba sobre las drogas, donde el principal problema no era la despenalización, sino la hipocresía.

Lamentablemente, cuando recordé estas definiciones en Twitter, algunas personas a favor del aborto tomaron sólo las frases que les convenían, sacadas del verdadero contexto, para sumar  puntos a su causa y decir que Favaloro estaba a favor de despenalizar el aborto. Se armó un verdadero escándalo, que aún hoy puede verse en decenas de páginas que pueden rastrearse en Google. Y claro está, como siempre ocurre cuando una información no coincide con nuestras ideas, los antiabortistas cargaron contra mí, incluso desde otros países, desacreditándome, insultándome y afirmando que era un invento mío. Hasta hoy, casi tres años después, sigo recibiendo e-mails con todo tipo de agresiones por este tema.

Ayudó al descrédito el hecho de que la entrevista no está en la web, y en estos tiempos para muchos lo que no está en Google no existe.

Consideré muy importante contar toda la verdad sobre este reportaje, dada la trascendencia que tienen Favaloro y su legado para el país.

Como él mismo me dijo ese día: “Estoy convencido de que hay que revisar y escribir de nuevo la historia para que los jóvenes puedan saber la verdad de lo que pasó en este país. Los chicos deben saber que la corrupción no es sólo la que sale en los diarios sino que va mucho más allá; está en todos nuestros actos” (LA GACETA, 8 de junio de 1997, página 1).