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A veces resulta difícil ponerse en el lugar del otro, sobre todo cuando ese otro vive en un contexto de desesperación, de soledad, de pobreza no solo material, sino de esperanzas, de posibilidades, de afectos, de educación. Pobrezas que reducen toda libertad. Como médico pediatra, vivo en constante contacto con la alegría ante la llegada de un hijo. Pero también soy testigo de historias difíciles, donde un embarazo es motivo de angustia, desazón e incertidumbre. Las causas pueden ser diversas, historias familiares complejas, falta de recursos, soledad, enfermedad. No me es ajeno ese sufrimiento. Es una realidad, y en ella debemos poner nuestra atención. Para eso lo primero es meternos en los zapatos del otro, dejar de ser jueces, escuchar y abrir el corazón.
Quisiera que juntos pensemos en esa mujer, cualquiera sea su posición social, que confirma la noticia de un embarazo no esperado y que tiene la intención de abortar. ¿Qué piensa? ¿Qué siente? ¿Cómo es el camino que la llevó ahí? Estas preguntas no tienen una sola respuesta, ni siquiera estoy seguro de que tengan alguna. Lo que sí podemos saber es que, con el aborto, la mujer está buscando solucionar algún problema o dolor que, cree, el embarazo no le permite resolver.
Es entonces cuando mi experiencia y muchísimos estudios científicos tienen algo para aportar. En numerosas oportunidades me ha tocado contener y acompañar mujeres que decidieron abortar, y el posaborto es devastador. No conozco ninguna que haya mejorado su calidad de vida después de haber abortado. No hay ningún estudio que demuestre que una mujer mejore su salud emocional luego de abortar, ni siquiera en los casos de violación. Por el contrario, están comprobadas sus secuelas psíquicas (depresión, trastornos de ansiedad, intentos de suicidio, ataques de pánico, entre otros).
Los profesionales que atienden casos de violación saben que una solución violenta profundiza aún más el dolor de la mujer (víctima). Incluso observan que no eliminar el niño permite superar el dolor y valorizarse como mujer. A esto se suma la experiencia de aquellas que, habiendo pasado por un momento de duda, recibieron la contención y la información suficientes como para decidir continuar con el embarazo. He conocido varias y, a pesar de las dificultades, ninguna se arrepiente de no haber abortado. Poco se habla de estos casos, sin embargo su testimonio es de muchísimo valor.
Si de verdad queremos proteger y garantizar los derechos de la mujer, el aborto no es el camino. Vulnerar los derechos de uno en favor de otro nunca es la solución y menos si, a aquella a la que creemos proteger, le dejamos una herida abierta que, probablemente, nunca consiga sanar. El mayor capital que tiene un Estado es humano; las embarazadas y sus niños por nacer son el mayor tesoro de una nación, porque en ellos está el futuro de las generaciones venideras, cuidar de ambos siempre es pensar a futuro.
Como padre, como pediatra y como funcionario trabajo para dejarles un país mejor, donde se defienda a los más indefensos, donde no predomine la cultura de la muerte, donde los más grandes cuidemos a los más pequeños. Sueño con que como argentinos empecemos a trabajar juntos superando las posturas personales para solucionar los verdaderos problemas de nuestra querida nación. Con que cada niño de esta bendita tierra no esté condenado a la pesada herencia de la pobreza de sus padres. Con que todos los niños tengan igualdad de derechos y oportunidades, y los primeros son la oportunidad y el derecho de nacer.
Médico pediatra, Secretario de Salud y Bienestar Familiar de la Municipalidad de San Miguel