domingo, 26 de agosto de 2012
De Marcel Proust
El valioso tiempo de los maduros
“Conté mis años y descubrí, que tengo menos
tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que
viví hasta ahora....
las primeras las comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocas,
comenzó a saborearlas profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables,
donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos,
sabiendo que no se va a lograr nada..
Ya no tengo tiempo para soportar absurdas personas
que, a pesar de su edad cronológica,
no han crecido.
Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
No tolero a maniobreros y ventajeros.
Me molestan los envidiosos,
que tratan de desacreditar a los más capaces,
para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.
Detesto, si soy testigo, de los defectos que genera
la lucha por un majestuoso cargo.
Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.
Quiero la esencia, mi alma tiene prisa....
Sin muchas golosinas en el paquete...
Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.
Que sepa reír, de sus errores.
Que no se envanezca, con sus triunfos..
Que no se considere electa, antes de hora.
Que no huya, de sus responsabilidades.
Que defienda, la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad
y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón
de las personas….
Gente a quien los golpes duros de la vida,
le enseñó a crecer con toques suaves en el alma.
Sí….. tengo prisa…
por vivir con la intensidad,
que sólo la madurez puede dar.
Pretendo no desperdiciar
parte alguna de las golosinas que me quedan…
Estoy seguro que serán más exquisitas,
que las que hasta ahora he comido.
Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz
con mis seres queridos y con mi conciencia.
Espero que la tuya sea la misma,
porque de cualquier manera
llegarás ...
domingo, 12 de agosto de 2012
jueves, 2 de agosto de 2012
Igual que en las escaleras mecánicas–Luis Pescetti
Cuando Dios creó al universo, él era mucho mucho más grande que todo lo que había creado.
Comparado con su creador, el universo era un grano de arena.
Y, aunque en él cupieran tantos y tantos mundos, y cada mundo estuviera lleno de geografía o de seres de todas las especies, Dios era aún mucho más grande que todos ellos.
Por eso no podía ver tantos detalles.
Creó cosas calientes y cosas frías y así, sin proponérselo, creó los vientos y las corrientes oceánicas. Porque el agua y el aire escapaban de lo frío y llenaban lo caliente.
Y, de ese modo, nada estaba quieto en ninguna parte. Los peces viajaban.
Los barcos viajaban.
Y a las personas se les movían sus cabellos, se cubrían los ojos cuando les entraba arena o polvo, y también viajaban.
Creó lo que tenía luz y lo que no la tenía.
Pero no podían vivir juntas, y las separó.
Algo daba luz y estaba en una parte, y algo absorbía la luz y debía estar en otra.
Sin proponérselo, hizo que la luz viajara hacia la oscuridad como un río que va a llenar un pozo.
Y las personas unas veces buscaban la luz para ver lo que hacían, y otras buscaban la oscuridad para cerrar los ojos y ver lo que soñaban. De ese modo: también viajaban.
Adentro de las personas puso un corazón, uno para cada persona. E hizo que el corazón fuera el encargado de llevar algo así como el vino o el fuego que cada uno llevamos dentro. Y, aunque parezca un invento, también le encargó de llevar el aire por dentro de las personas.
El corazón fue, entonces, encargado de llevar el vino, el fuego, y el aire.
Y todo eso viajaba: desde afuera de las personas, hasta adentro de ellas, y luego: viajaba dentro de las personas, recorriéndolas parte por parte. Y luego viajaba saliendo afuera, de todas maneras.
Porque parecía que en el universo nada estaría quieto nunca.
Si Dios no hubiera creado la distancia y la diferencia no habría nacido el movimiento.
No todo ocurrió por voluntad de Dios, algunas ocurrieron por voluntad de las obras de la voluntad de Dios, porque él era mucho más grande que todo lo que había creado, y no podía fijarse en detalles tan pequeños.
Algo que, quizás, tampoco contempló es que los corazones no podían moverse, movían el vino, el aire y el fuego, pero ellos mismos no tenían piernas y su alma inquieta también quería viajar para conversar con otros corazones (igual que como el aire busca el aire, o el agua busca el agua).
El movimiento que hace que un corazón busque a otro se llama amor. Y a veces dura y a veces no dura.
Es uno de los viajes más extraños que nacieron de la voluntad de las obras de la voluntad de Dios.
El corazón de un niño quiere estar con el corazón de una niña, no una cualquiera sino una en especial. Entonces uno de los dos mueve sus piernas hasta el otro, y las bocas hablan. Así se ponen de acuerdo y permanecen juntos para siempre o por un tiempo.
Si pueden viajar permanecen juntos. Si uno provoca que el otro se detenga: deben separarse, porque todo en el mundo viaja.
De modo que en el principio no existían caminos ni órbitas. Y cuando todo comenzó a moverse se crearon los caminos y las órbitas.
Hay caminos comunes a todos y hay caminos nuevos. Las órbitas, por lo general, son muy parecidas o cambian muy poco.
No todo debe cambiar, pero sí todo debe moverse. Aunque no sepamos por qué, o nos disguste.
Pero he aquí que cuando todo se mueve algo cambia.
Si algo se mueve: cambia de posición.
Si algo se agranda o achica: cambia de tamaño.
Si alguien se va o se queda: cambia de idea.
De modo que debemos corregir eso que afirmamos antes.
Todo cambia. Igual que en las escaleras mecánicas. Si queremos permanecer en el mismo lugar, debemos caminar en dirección contraria tan rápido como se mueva la escalera, sino ella nos lleva.
Igual que cuando repetimos una palabra, muchas veces, cien veces: en algún momento la palabra ya no nos suena igual o nos parecerá que perdió su significado.
Y lo único que hicimos fue repetirla.
Porque todo en el universo se mueve, de modo que hasta para permanecer iguales debemos movernos.
Dios es grande, mucho mucho más grande que las cosas que creó. Y luego esas cosas se pusieron en movimiento.
Y él es tan pero tanto más grande que no alcanza a ver los detalles, ni a responder todas las preguntas.
A eso, a otras cosas más también, pero a eso: lo llamamos misterio.
El universo está lleno de misterios, algunos que ni siquiera imaginamos, y otros que somos nosotros quienes debemos buscarle respuestas o al menos aprender cómo lidiar con ellos.
Miguel se pregunta: ¿qué debo hacer para que el corazón de Anna se quede cerca mío?
Olinka se pregunta: ¿qué debo hacer para que el corazón de Martín siga con el mío?
Gabriel se pregunta: ¿cómo haré para que mi corazón quiera seguir al lado del corazón de Muriel? Laura se hace la misma pregunta, pues ha notado que su corazón se aleja del corazón de Daniel. Y Augusto se pregunta cómo hacer para que el corazón de Frida quiera acercarse a su corazón, que es la misma pregunta que Anabella se hace por el corazón de Adrián.
Todo podría haber sido perfecto y quieto; pero Dios no creó a cada corazón en su lugar o, tal vez, creó más de un lugar para cada cosa, y por ello todo se mueve.
Todos los corazones son viajeros.
Y hasta quienes parecen haber decidido no hacer ningún viaje, permanecer siempre iguales o siempre en el mismo lugar: son viajeros. Igual que en las escaleras mecánicas.