sábado, 28 de julio de 2018

¿Quién posee la verdad?

El rey estaba pensativo y ausente. Hacía días que se lo veía ensimismado en sus pensamientos, ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Un estado de honda perplejidad parecía haberlo invadido.

Muchas preguntas a las que no hallaba respuesta acudían a su mente. Una de las cuestiones que le resultaba más acuciante era comprender por qué los seres humanos no eran mejores. No podía resolver solo este interrogante y decidió pedir auxilio a un ermitaño que moraba en un bosque cercano. El hombre llevaba años dedicado a la meditación y había logrado justa reputación de fama de sabio y ecuánime. Sólo ante la exigencia del soberano accedió a interrumpir su pacífica vida en el bosque. Los emisarios lo condujeron hasta la morada del rey.

-Señor, ¿qué deseáis de mí? –preguntó ante el meditabundo monarca.

-He oído hablar mucho de ti –dijo el rey-. Sé que aunque casi no hablas, no aprecias honores ni placeres, ni admites diferencia alguna entre un trozo de oro y uno de arcilla, todos te consideran un hombre sabio.

-La gente dice, señor –asintió indiferente el ermitaño.

-Es precisamente acerca de la gente que desearía hacerte una pregunta –dijo el monarca-. ¿Existe algún modo de conseguir que la gente sea mejor?

-Puedo decirte, señor –contestó el ermitaño-, que las leyes por sí mismas no son suficientes. Sólo quienes estén dispuestos a cultivar ciertas actitudes y practicar con disciplina ciertos métodos, podrán alcanzar la clara comprensión que les permitirá acceder a la verdad de orden superior. Una clase de verdad, desde luego, poco tiene que ver con la verdad ordinaria.

El rey permaneció unos momentos en silencio, pensativo. Al cabo de un rato reaccionó para replicar:

-Como bien sabrás, yo, al menos, cuento con los medios para lograr que la gente diga la verdad, si así lo requiero. Tengo el poder de conseguir que sean sinceros.

El ermitaño guardó un noble silencio. Se limitó a esbozar una leve sonrisa.

El rey lo observaba sin alcanzar a comprender el significado de su silencio. Finalmente, pergeñó un plan para probar que tenía la potestad de lograr que las personas dijeran la verdad. Dispuso que se instalara un patíbulo en el puente por el que se accedía al reino y ordenó al jefe de uno de los escuadrones a su servicio que detuviera el paso de todo aquel deseara atravesar el puente.

En todo el territorio se difundió un bando que decía: “Será condición para ingresar a la capital del reino que cualquier persona que desee hacerlo sea previamente interrogada. Sólo los que respondan con la verdad podrán entrar. Quienes mientan será conducidos al patíbulo y ahorcados”.

Los mensajeros llevaron la noticia hasta los lugares más alejados del reino, para que nadie pudiera argumentar que desconocía la voluntad del rey.

Llegaron incluso, hasta el lejano paraje en el bosque donde vivía el sabio anciano.

Amanecía. El ermitaño que había reflexionado largamente durante la noche, se puso en marcha hacia la ciudad. A sus espaldas quedaba el amado bosque. Avanzó lentamente por un sendero y tomó la dirección que lo llevaría al puente. Como era de esperar, al intentar cruzarlo el capitán del escuadrón lo interceptó y le preguntó:

-Adónde vas?

-Voy camino a la horca –respondió imperturbable el ermitaño.

El capitán lo desafió:

-No lo creo.

-Pues bien, capitán, te he mentido ahórcame.

La confusión invadió el semblante del capitán. Sus pensamientos pronto se hicieron audibles:

-Sí, para cumplir las órdenes que nos han dado, te ahorcamos por haber mentido –reflexionó el capitán-, habremos convertido en verdadero lo que has dicho. Entonces, no te habríamos ahorcado por mentir, sino por decir la verdad.

-En efecto, así es –concluyó el ermitaño-. Ahora que eres capaz de comprender que para la ti la verdad no es más que tu verdad, puedes explicárselo al rey.

CUENTOS DE LA INDIA
Selección de Alejandro Gorojovsky

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