domingo, 17 de octubre de 2010

Serrat, amigo de la vida

Perlas de una entrevista publicada en La Nación, realizada por Any Ventura en septiembre de 2010. Serrat visitaba Buenos Aires con ocasión del acto de apertura del Congreso Iberoamericano de Educación.

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-Con los años te has convertido en un amigo, en un símbolo, en alguien que ha acompañado la vida de mucha gente.

-Personalmente, no tengo ningún interés en simbolizar absolutamente nada. Entre otras cosas, soy una persona muy generosa y muy tolerante con los pecadores; y lo hago en defensa propia. Quiero decir que trato de manejar mi vida de la manera en que me sienta más cómodo conmigo mismo. De la misma manera como escojo la ropa en función de evitar los inconvenientes, es decir, la busco por su comodidad, no por su elegancia. Elijo la ropa para un manejo despreocupado y, sobre todo, huyendo siempre de todo lo que pueda simbolizar. Y en la vida hago más o menos lo mismo: cuando tengo que escoger entre dos caminos, normalmente tomo aquel en el que me siento más a gusto conmigo mismo... Llevo mucho rato presumiendo de esto [se sonríe por su conclusión a modo de chiste].

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-Si de cambiar hábitos se trata, ¿te sientes más sabio con los años, menos discutidor?

-Que discutes menos, es evidente. Pero es que uno discutía por muchas estupideces. Estupideces. Estamos rodeados de estupideces. Discutía por cosas que son absolutamente prescindibles y que no van a modificar nada de todo lo que te afecta, fundamentalmente del entorno: cada quien tiene estas cosas prescindibles y cada quien sabe de las que quiere prescindir. De cualquier manera, sigue habiendo gente muy discutidora.

-¿No es tu caso?

-No. Otra cosa diferente es que pueda indignarme. Aquello que me cabreaba hace un tiempo me sigue cabreando. Y aquello que me indignaba me sigue indignando. Frente a eso, lo que trato de hacer es actuar de una forma más serena. En lugar de embestir el muro con la cabeza, trato de buscar dónde el muro es más débil para ver dónde pego el cabezazo con la sana intención de hacerme el menor daño posible en la cabeza.

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-Hablemos de música. Serge Reggiani y Paco Ibáñez se asemejan a ti en el uso de las palabras. No encuentro muchos otros intérpretes, compositores, que tengan este sentimiento y les den tanto valor a las palabras. A veces, más que a la música...

-Yo canto canciones. Y las canciones están hechas de ambas cosas. No cantaría nunca canciones vacías, por muy hermosa que fuera la música; pero tampoco pretendería hacer una canción de un hermoso texto si detrás de él no hubiera una melodía que lo sostuviera con dignidad. Una cosa va con la otra. Las palabras son importantes, muy importantes. Por eso duele tanto ver cómo el mal uso de las palabras les hace perder poco a poco el sentido.

-Pero hay en tu forma un despliegue interesante del lenguaje: usas las palabras como si fuesen condimentos de una receta.

-Antes era así, ¿no? Pero ese es el sentido, para mí, de juntar palabras. Si puedo juntar palabras, que sea para conseguir esto.

-Hay una frase maravillosa que dijiste en aquel reportaje de Jesús Quintero, en relación con tu matrimonio: "De vez en cuando el agua bendita de la pasión salpica". Es difícil conjugar el paso de los años con la pasión.

-Pensar otra cosa es vivir en una falacia. Una relación de pareja, lo primero que tiene que tener para serlo es claridad, transparencia. Y no puede existir si tú no quieres a la otra persona. Y en el querer aparece un abanico muy amplio de posibilidades. Va desde el afecto más fraternal hasta la lujuria más desbordante. A lo largo de todo este abanico se mueve una relación de pareja que, cuanto más clara y más generosa y más respetuosa sea, mejor.

-Todo muy bonito. ¿Y cómo renovar la pasión y la adrenalina?

-Depende de las personas y de algo tan sencillo como es el conocerse uno al otro. [Piensa el tema, casi como pensando en voz alta] Qué buscará cada persona en la otra, ¿no? Si lo tiene, es fácil todo; si no lo tiene, no. Hay muchas cosas que pueden ir en contra de esto. La primera es reconocerse a sí mismo: reconocer quién eres, qué eres, qué edad tienes, qué esperas de la vida exactamente, hasta qué punto estás dispuesto a hacer el ridículo por tus pasiones.

-¿Has dejado de tener miedo de hacer el ridículo por tus pasiones?

-Nunca he tenido miedo al ridículo por las pasiones. Es como matar a un oso: son cosas que sólo he visto en el cine [risas].

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-¿Cómo es tu cotidianidad en Buenos Aires?

-No: yo no uso cotidianos.

-¿Perdón?

-Hay cosas que se parecen, pero me niego a tener cotidianos. Lo que ocurre es que cuando entro en época de trabajo, todo el día se convierte en día de composición. Voy saliendo a partir de mis necesidades físicas de orearme, de respirar, de caminar o de alejarme de las cosas en que estoy. Pero no: no tengo cotidianos.

-¿No desayunas a determinada hora?

-Más o menos. Yo desayuno con mi perro. Pepe y yo desayunamos lo mismo. El come su comida, pero desayuna conmigo. Es un poco elástico. Puede ir de las 8 a las 10.

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-¿Quién es tu Stalin hoy?

-No tiene cara ni tiene nombre. Ni tengo ningunas ganas de preocuparme por qué cara o qué nombre tiene. Sencillamente, creo que sin duda soy yo mismo. Es otra parte de mí mismo.

-¿Has percibido el cambio de actitud de las jovencitas cuando pasan de mirarte como guapo y te llaman señor?

-¡Sí! Lo que pasa es que el espejo es la realidad. Y en el alma tú tienes otro que no coincide con el espejo. No coincide hasta el día en que asumes que el del espejo no sólo es la realidad, sino que es la realidad imposible de modificar. Entonces, te gastas el dinero en cirujano plástico o te gastas el dinero en cosas mucho más divertidas.

-¿Has ido al cirujano plástico?

-¡No! Yo me he gastado el dinero en placeres terminales. Y no soy muy excesivo.

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