En medio
del temporal de lágrimas
(las suyas y las mías)
ninguno pudo articular
palabras.
Y casi agotados
por el dolor que
caminaba de puntillas
por los terraplenes del alma,
no tuvimos el valor
de perdonarnos;
ella por mal querida, quizás;
y yo, por soberbio, tal vez.
Fernando Giucich © 2011
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